13 septiembre, 2005

Todo empezó con el Discurso del General Lorsis

Por lo general todas las historias tienen un principio.

En el caso de Aurópolis, todo lo desencadenó no un principio, sino un final. El final del propio planeta.

El 29 de noviembre de 1996 (¡¡¡ándale, hace casi 10 años!!!) tras un rapto de unas seis horas puse punto final a uno de los mejores cuentos que he escrito.

Ese fue el principio de todo este follón Auropolitano que después se poblaría con muchas más cosas que permanecen archivadas y otras que iré publicando según su tiempo.

Aquí la versión definitiva del cuento:



Discurso del general Lorsis ante la asamblea reunida en el salón mayor de la nave "Auro", después de dejar el planeta Aurópolis y emprender el camino hacia un planeta habitable
Aurópolis ha muerto. De nada valieron los incontables esfuerzos que hicimos para evitarlo. Pero no puedo decir que no lo intentamos y que no hicimos nuestro mejor esfuerzo; nuestros métodos fueron infinitamente mejores a los que cualquier generación anterior a la nuestra jamás intentó. Quizás, en otras circunstancias, nuestros esfuerzos habrían sido fructíferos. Pero su destino ya estaba marcado aun antes de nuestro nacimiento.

Fue nuestra herencia un Aurópolis en decadencia. Demasiado usado y cansado por nuestra raza y aquellas que le precedieron en el dominio de la superficie, desde el principio de los días hasta nuestro tiempo. Fue nuestra herencia un Aurópolis agonizante, cuya inexorable caída no pudo ser frenada por nuestros ancestros. Cuando nuestros padres nos encomendaron la tarea de lograr lo que ellos no habían podido hacer, no era mucho lo que nos quedaba. Aun así, nos negamos a aceptar la muerte, y luchamos contra el destino. Ese destino creado poco a poco por cientos de generaciones anteriores para nosotros.

¿Quién fue el culpable? O, mejor, ¿Quiénes fueron los culpables de que el viejo cielo de Aurópolis, antes azul y brillante, se transformara en lo que ahora es: una oscura masa gaseosa de igual color negro durante el día y la noche? ¿Quiénes comieron los últimos vegetales cultivados en el campo, cuando la tierra aún era sana, y no árida como hoy, cuando todas las plantas se cultivan en laboratorios? ¿Y dónde están aquellos que sacaron del mar la última de las ballenas y se compraron más botes pesqueros con el producto de su venta, aun cuando ya no había qué pescar? Estoy seguro que ninguno de ellos vivió en el año primero; pero tampoco en el último, el nuestro.

Aurópolis era bello, según nos cuentan las historias. Dicen que era muy hermoso, que en los mares de cristal las olas reían mientras en los cielos las aves cantaban la gloria y pureza de montañas y valles, y la prosperidad de nuestra raza. Dicen que era hermoso. Pero eso debió haber sido hace mucho tiempo. Toda nuestra vida hemos conocido Aurópolis siempre igual, y no podemos imaginar lo que era partiendo de unas historias viejas y perdidas en el tiempo, y que más bien parecen ser el incierto recuerdo de una memoria lejana, más confundida con la leyenda que con la realidad. ¿Cómo pudo suceder? En algún lugar del tiempo algo falló. Falló nuestra raza, indulgente por milenios con su hogar e ignorante de su futuro. Fallaron los sueños que cegaron nuestra conciencia.

Aurópolis ha muerto. Ya su aire es irrespirable, su superficie incapaz de acogernos, sus aguas insuficientes y corrompidas, su tierra seca y marchita, sus cielos congestionados. Nunca más volveremos a él. Tal vez sea ese el precio que debamos pagar por haberlo asesinado.

Pero aún así, el Bendito Todopoderoso nos concede la oportunidad de sobrevivir en un nuevo lugar que nos acogerá como sus hijos y a la misma vez como sus amos. Quizá debamos ver esta redención como una recompensa a nuestros fallidos intentos por salvar Aurópolis. Pero sobre todo, hemos de tomarla como la oportunidad para hacer lo que nuestros padres, abuelos, bisabuelos y todos los que les precedieron, no pudieron hacer con Aurópolis; apreciar y conservar el planeta, de modo que nuestros descendientes no sufran en un futuro lo que nosotros estamos padeciendo ahora.

El Señor del Cielo nos guiará de ahora en adelante hacia ese planeta, ubicado a unos noventa mil años luz de distancia. Es un planeta joven en el que recién aparece la vida. Para cuando nosotros (o nuestros hijos, si es el caso) lleguemos, ya será un lugar totalmente a nuestra disposición. Es cierto que no es igual al viejo Aurópolis que por tanto tiempo nos acogió. Y es posible que nos encontremos con formas de vida desconocidas para nosotros. Pero el Gran Maestro ha revelado que es un lugar que opaca con su belleza y grandiosidad al planeta que fue nuestro hogar. Es un planeta único, perdido cerca de una estrella solitaria en el extremo opuesto de la galaxia. El creador ha ordenado que lo llamemos “Tierra”.

En Bogotá, D.C., Noviembre 29, 1996
Re-escrito, Diciembre 31, 1997



Bibliografía:
Publicado por primera vez en papel, en septiembre de 1997 en el libro “Caja de Palabras” (26 copias).
Reeditado y revisado para su publicación en E-Paper en 2002, en el CD “Hikari” (29 copias).
Publicado en E-Paper en 2003 en http://www.geocities.com/hixashi


Notas de Rubén halladas en los cuadernos e impresiones de pruebas:
“Quizás fue un error re-escribirlo... Tal vez no. Y si bien los cambios fueron minúsculos, en esta versión adquirió una atmósfera más patética que me gusta sobre la original.” (c. 1999)