16 julio, 2006

Nano - parte 1

En una montaña, cerca de un busque desconocido, lejos de los ojos de quien no debía verlo. Allí estaba Nano. Jadeaba. Escuchaba a lo lejos los pasos apresurados e indecisos de una joven que gritaba su nombre entre sollozos. Le era difícil saber si iban o venían, pues cada vez los escuchaba más altos pero la brisa cálida que envolvía el ambiente los amortiguaba, y confundía su origen. De repente se sintió muy pesado y con sueño. El dolor inicial había cedido y se desvanecía bajo un intenso frío que le envolvía las extremidades, cada vez más lentas. Su visión se empezó a volver borrosa y ahora se movía torpemente, no tanto esforzándose ya en huir, sino en mantenerse en pie al menos. Reconoció los árboles y se dio cuenta que estaba cerca al viejo sauce que lo conocía. Le tomó mucho más tiempo de lo usual llegar hasta él, pero cuando lo ubicó se sintió tranquilo y no percibió la tensión de sus músculos, ni la opresión en el pecho. Llegó a él, se abrazó al nudoso tronco y con la mano izquierda acarició la corteza. Aún estaban ahí las astilladuras no muy viejas de sus prácticas. Recordó algo y dio la vuelta al árbol. Allí estaba aún la inscripción que hubiera hecho con la navaja que le había regalado Pocho. Y lo odió. Lo odió a él. Y a ella, que no había dejado de seguirlo. Ya no escuchaba su voz nerviosa, pero sabía que no demoraría en llegar. El fuego en su vientre se hizo más intenso, pero ya no tenía fuerzas para gritar ni apretar los dientes; sus propios puños se negaban a cerrarse. A través de su visión distorsionada miró al piso y vió cómo las hojas secas se agitaban con la brisa, descubriendo un montón informe de plumas pequeñas. «Mala señal» pensó. Un sabor amargo subió a su boca, y Nano supo que ya no regresaría a Savana.